viernes, 5 de junio de 2009

EL INDIO PÍCARO


Juan Jorge Faundes 
(en revista Punto Final, junio 2009)


“Balurdo: s.  (Del italiano balordo: ‘tonto’, jerga delincuencial o COA). Nombre  de un fajo de billetes de alta denominación  de los cuales el externo es auténtico y los interiores papeles de diario recortados;  nombre de  la técnica de estafa en la que se usa dicho fajo” (L’encyclopédie du Mat)

Barajo la realidad como si fuera un mazo del Tarot y… sí, allí sale una primera carta que sin duda es una versión actualizada del arcano XVIII, La Luna, que simboliza el carácter de la política chilena (PF Nº 684). El río baja de la cordillera y cruza el valle,  también una ciudad; en la zona urbana, junto al río se alza un campamento. La imagen de una acción precaria pero voluntariosa, perseverante, como ese cangrejo que pugna contra toda posibilidad por escalar desde las aguas y la  noche hacia el amanecer.
Hay dos puentes; el primero, muy próximo, es un Pontífice (del latín Pons, pontis: “puente”, e ifice: “constructor”: el constructor de puentes;  el segundo, a unas dos cuadras, es un arco para peatones. Son las dos torres de la carta: ¿Entre monseñor Goic y el arco iris de la alegría que nunca llegó?
Sobre los tajamares, policías armados (los cerberos que ladran a la luna y obstaculizan la salida del cangrejo) vigilan que el campamento no se desborde; es peligroso, podría inundar la ciudad, sacudir a los chilenos de su letargo consumista y resignado, de su síndrome de Peter Pan (PF Nº 686). Una escalera rústica apoyada en la muralla norte es la vía de ingreso y salida. Hay pancartas que hablan de luchar, del derecho a la vivienda, de hacer parte de esa ciudad que el río cruza y que los ha excluido. Arriba, al fondo, los lienzos y letreros de la toma de los estudiantes de Derecho, semejan ese sendero que en este arcano rumbea hacia la resurrección de Osiris.
Saco una segunda carta. La imagen me muestra un grupo, unos cien hombres y mujeres; avanza muy compacto, a paso de carga, enfervorizado, por Moneda desde el oriente; agitan brazos, alzan los puños, soplan pitos y gritan a coro: “¡El profe, el profe, el profe donde está; el profe está en la calle y exige dignidad!”. El rostro de Jaime Gajardo, presidente del Colegio de Profesores, es reconocible entre los que encabezan la marcha. Fernando Villagrán (El Diario de Agustín, Off the record)  camina por la vereda como un peatón más, es parte del paisaje, como los camarógrafos y fotógrafos que siguen a los profesores con sus flash. En la esquina de Ahumada giran hacia La Alameda de Las Delicias.
“¡Estamos en democracia, aweonados!”, grita un transeúnte anónimo que en ese momento cree encarnar a ultranza el espíritu de la Concertación (a secas, porque, ¿lo fue realmente “por la democracia”?).
En los bandejones centrales, frente a la Universidad de Chile, hay extendidos algunos lienzos y resuena un tambor. Desde el Paseo Huérfanos, una tanqueta se abalanza por Ahumada hacia el grupo de maestros escupiendo gases como un dragón medieval. En el Paseo Huérfanos ya hubo escaramuzas, el que encabeza Gajardo es sólo uno de los grupos en que se dispersó la manifestación burlándose de los represores. Otro grupo (como aplicando las tácticas del toqui Lautaro) corrió hacia la Plaza de Armas, otros se sumergieron en los pasajes. El aire está irrespirable; lloro, todos lloramos (de rabia, de tristeza y de gas lacrimógeno). Los carabineros antimotines aún corren hacia uno y otro lado, parecen marines descolgados de un helicóptero en la Guerra de Vietnam. Son las dos de la tarde y de los restaurantes céntricos salen meseros, clientes y cocineros semiasfixiados  Felipe Portales sostiene en la radio de la Universidad de Chile que todavía estamos en dictadura; el uruguayo Eduardo Galeano (hace ya casi dos décadas) acuñó el concepto de “democradura”  equivalente al de “dictablanda” para procesos como el chileno, que son una suerte de dictadura neoliberal travestida. La veo pintarrajeada por fuera con el principio femenino solidario (Bachelet), pero enarbolando oculto el miembro patriarcal (Pinochet). Es consistente con el indio pícaro que se vende en las ferias de artesanía, otro arquetipo del alma nacional. El maricón sonriente o el huaso ladino siempre traen algo bajo el poncho. El “paquete chileno” dicen en Colombia al  balurdo. “¡Esta es la democracia!”, vocifera un profesor que en plena puerta de un microbus color verde represión, intenta en vano zafarse del grupo de carabineros antimotines que lo atenazan. Sin dudas, esta carta es El Diablo, un travesti en el Tarot de Marsella, la sombra jungiana de la sociedad chilena.
Por la noche, una tercera carta; en la TV veo de nuevo la cara de Jaime Gajardo, ahora asomando su grito combativo por las rejas de la diminuta ventanilla del bus policial que lo pasea por las grandes alamedas; recuerdo a ANDHA-Chile a Luchar en el Mapocho, a los estudiantes de la Facultad de Derecho… ¡El Caballero de Espadas!, me digo esperanzado: ¡La caballería de las películas de Hollywood! ¿Nos salvará del indio pícaro?