“Se va
enredando, enredando, como en el muro la hiedra
y va
brotando, brotando como el musguito en la piedra…”
(Volver a los 17, Violeta Parra)
Juan Jorge Faundes
(Punto Final Nº758, 25 de mayo al 7 de junio 2012)
Bajo el
hervor de la cotidianidad y la contingencia que sacude a Chile tanto como sus
temblores y terremotos, hay una trama, un río subterráneo, una procesión que va
por dentro, una energía acumulada como aquella que van generando los roces
entre las placas tectónicas y que se junta y junta como el aire de los globos
de los cumpleaños. Usted los va viendo crecer sobre sus narices y frente a sus
ojos hasta que ¡Blam! revientan como ese criminal auto-bomba que los
paramilitares detonaron en la Avenida Chile de Bogotá. Zonas de silencio
sísmico son aquellas regiones donde la energía se acumula hasta liberarse con
intensidades superiores a 8.0 y 9.0 de Richter, únicas que garantizan la vuelta
a un siglo de normalidad tras la tragedia.
Es un símil que
grafica los últimos 22 años que viene viviendo la sociedad chilena. El
megaterremoto que fue el golpe militar del 11 de septiembre de 1973 fue el
resultado de la fricción entre dos grande placas tectónicas sociales, la placa
de los explotados y la placa de los explotadores. Su continua fricción —o
“lucha de clases”— mantenida a raya por lazos ideológicos que cegaban la
conciencia de las víctimas por medio de “representaciones sociales” y
“estereotipos” que les impedían reconocer su real situación, fueron cayendo
como telas de cebolla hasta que finalmente fueron muy débiles para atajar el
torbellino de magma que las empujaba y con el alumbramiento de una nueva conciencia
(jamás antes vista en la Historia de Chile) amaneció el gobierno de Salvador
Allende y la Unidad Popular. Pero el poder de la otra placa, la de los explotadores
era feroz. Todo el poder de la montaña continental se abalanzó sobre la naciente
creatura. El magma se trocó en sangre. La vida que surgía del Océano, en
muerte. Y ésta llegó cabalgando tanques, aviones de combate y helicópteros
artillados operados por un tropel de huasos pijes y empresarios jaibones
revestidos con ornamentos de combate deshonrando los más sagrados símbolos
patrios. Se escribió la más indigna y triste historia de las Fuerzas Armadas y
de Orden de Chile y la bandera de la Jura de la Independencia tuvo que ser
rescatada por un comando de patriotas y puesta a buen recaudo hasta su
devolución a la Patria y al Pueblo el día 19 de diciembre del año 2003, cuando
ya la democracia parecía estar consolidada. Bárbara Voss, directora
del Museo Histórico Nacional, dijo al
finalizar la ceremonia: "Este es un gesto hermoso. Cuando se hizo la
primera bandera, era para crear un país. Hoy, la devolución de este símbolo
habla de la importancia del país que queremos crear hacia adelante."
Tras el
cataclísmico golpe, como en una paradoja diabólica, el Pueblo volvió a quedar
amarrado y la fricción entre la placa tectónica de los explotados y de los
explotadores volvió a estabilizarse. Pequeños temblores en el transcurso de la
dictadura no ocasionaron grandes cambios ni liberaron la energía que una vez
más iniciaba su largo y lento período de acumulación o “silencio sísmico
social”. Esa energía que se acumula y acumula con el paso de los años se llama
frustración, se llama rabia, se llama esto es el colmo, ya no doy más, hasta
cuándo mierda me tratarán así, por la chucha que estoy cabreado, ¡basta hijos
de puta, basta! Y ni siquiera el término formal de la dictadura, el arcoíris de
la Concertación por la Democracia, los sucesivos gobiernos de estos 22 años han
sido suficientes para liberar la indignación que se sigue acumulando. A lo más
equivalen a temblores grado 5.0 ó 6.0 de Richter, quizás algunos podrían equivaler
hasta grado 7.0… como la esperanza
renovada cuando ganó la Presidencia Michelle Bachelet, como la Revolución de
los Pingüinos, como la Revolución Estudiantil liderada por Camila Vallejo, pero
rápidamente la desilusión vuelve a instalarse porque la fricción entre las
placas sigue igual. Las encuestas son elocuentes. Ya muestran una tendencia, la
institucionalidad política está en crisis, la ideología dominante está en
crisis, el magma de la indignación popular, del odio de clases (aunque nos
disguste esa palabra) presiona y presiona. Las representaciones sociales y
estereotipos sustentadores del sistema de explotación comienzan una vez más a
caer como telas de cebolla; y es más evidente la necesidad de cambios
estructurales que demuelan la torre normativa, política e ideológica que como
un Costanera Center es baluarte de la clase tectónica explotadora. El Pueblo ya
empuña y blande la guadaña transformadora porque ya no da más; pero la clase
tectónica explotadora tiene el poder de abrir o cerrar las fauces del león; y
de seducirlo desde aquella hermosura encerrada en los laureles de los malls que con su varita parecen
convertirlo todo en dinero.